La Hidro-ideología
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Mientras escribo esto, se anuncian fuertes lluvias desde Los Lagos y llegando hasta Maule, cuando aún muchas zonas no se reponen del temporal de lluvias que llegó a la zona centro sur entre el 21 y 22 de junio y que nos dejó muchas imágenes impresionantes, desde esteros y ríos por los que volvió a correr agua después de más de una década, hasta espectaculares aperturas de compuertas de embalses. Lamentablemente, también pudimos apreciar el daño causado por las inundaciones en la parte baja del río Mataquito o el 80% de Coltauco que quedó bajo el agua.
En general, pudimos sorprendernos al ver muchos cauces como el del Mapocho, llevando agua en toda la caja del río. Frente a una de estas imágenes, el periodista Amaro Gómez-Pablo comentó en redes sociales “¡Qué ganas de retener algo de esta agua en vista a sequías futuras! Es como dejar el grifo corriendo en el desierto…”. Este comentario, que en principio parece carente de polémica, recibió una impresionante cantidad de críticas de comentaristas hidro-ideologizados que conviene analizar.
Muchos exigieron a don Amaro que revisara el “ciclo del agua” aprendido -y quizás olvidado- en cuarto básico, pero vale la pena destacar que recientemente el USGS (Servicio Geológico de Estados Unidos) publicó un nuevo diagrama del ciclo del agua, incorporando nuestras ciudades, campos agrícolas y otros elementos antrópicos que participan en este ciclo, haciéndonos parte de él. La retención de agua mediante embalses no destruye el ciclo, sólo desplaza parte de la escorrentía de manera temporal desde el período de lluvia (llenado de embalses) al período de estío (descarga de embalses). El agua que almacenamos y luego ocupamos para consumo humano y saneamiento, para uso agrícola y para hidrogeneración es parte de este ciclo, y finalmente volverá al mar, a los acuíferos o a la atmósfera.
Otros, más sofisticados, señalaron los problemas de costos y el excesivo tiempo que demora la construcción de los embalses. Esto es cierto y se deriva, en parte, de la ausencia de una política estable respecto de la importancia de acumular agua. Nuestra legislación para grandes obras hidráulicas data sin cambios desde hace más de 40 años, y nuestra legislación ambiental considera los embalses en cuanto a sus impactos negativos, pero no en cuanto a sus impactos positivos.
La Comisión Nacional de Riego (CNR) del Ministerio de Agricultura calculó que un proyecto de embalse bajo “tramitación perfecta” sin tiempos muertos entre sus distintas etapas ni alargues en ellas (prefactibilidad, factibilidad, diseño, permisos ambientales y licitación) se demora 13,5 años en iniciar su construcción, la que debería durar unos 6 años adicionales. En la realidad hay proyectos que llevan cerca de 100 años en este proceso, y algunos que en el proceso se volvieron imposibles de construir. Por otro lado, el costo de los daños de las crecidas que hemos sufrido y que podrían ser mitigados por la existencia de obras de acumulación no son parte de la evaluación. Los embalses son proyectos caros y lentos, pero en Chile parecemos habernos propuesto que lo sean aún más.
Un tercer grupo reconoció la importancia de “retener algo de esta agua”, pero sólo a través de infraestructura verde, de soluciones basadas en la naturaleza, rechazando la infraestructura gris. No cabe duda de que debemos potenciar este tipo de soluciones en nuestro país, y algo de ello fue mencionado en la columna Obras Hidráulicas para el Futuro, publicada por El Líbero el 10 de mayo.
Es importante mejorar la oferta hídrica a través de los servicios que nos pueden proveer los ecosistemas, pero también es importante entender la escala de tiempo y volumen que logran estas soluciones. Si bien son de costos bajos, restablecer ecosistemas de montaña, generar extensas redes de zonas de recarga de acuíferos u otras soluciones de esta categoría no han sido implementadas masivamente, y no sabemos cuánta agua superficial podríamos disponer realmente en base a estas acciones.
Un argumento que apareció con menos fuerza fue el Cambio Climático, que -evidentemente- ha causado que llueva cada vez menos en amplias zonas de nuestro país: Santiago se mantiene con un déficit mayor al 50%, y Talca mayor al 35%. Sumado a esta menor cantidad de lluvia, el último frente nos dejó claro que estamos más expuestos a eventos extremos. Precipitaciones con isoterma sobre los 3.000 msnm casi no generan acumulación de nieve, la que siempre fue nuestra reserva, y todo cae como agua que, producto de nuestra escarpada geografía, en menos de 24 horas habrá llegado al mar. Esta es la razón por la que vimos que en centrales como Rapel o Colbún se activaron los sistemas dispuestos para hacer un vaciado controlado de los excesos de agua.
Volviendo al comentario de don Amaro, Santiago en la actualidad alberga a 8,4 millones de habitantes, si tomamos la recomendación de la OMS de 150 litros por persona al día, los santiaguinos requieren un mínimo de 1,3 millones de m3 de agua al día, sin contar ningún otro uso de la ciudad como áreas verdes, centros deportivos, etc. El embalse El Yeso acumula agua para la empresa sanitaria con capacidad máxima de 230 millones de m3, es decir, equivalente a 6 meses de consumo cuando se logra llenar el embalse (cosa que ha ocurrido pocas veces en los últimos 10 años).
Si no mejoramos la capacidad de almacenamiento ahora, no en el futuro ¿cuál sería el impacto ambiental de trasladar a estos habitantes a nuevos sitios con mayor disponibilidad de agua? ¿Es siquiera posible hacerlo? Algo similar ocurre con el uso agrícola, ¿qué ocurrirá en muchas provincias como Los Andes, Quillota o Curicó, por mencionar algunas, sin agua para los cultivos? ¿Qué impacto tiene abandonar la actividad primaria de los valles, y todos los encadenamientos posteriores, y trasladar a esas personas? Tampoco olvidemos el drama de Licantén, Coltauco y otras localidades. ¿Podríamos haber acumulado agua y evitar la inundación de pueblos completos, casas, comercio, escuelas, comisarías, hospitales?
El problema hídrico es sumamente complejo y grave, y las herramientas disponibles no necesariamente se contraponen. Somos nosotros, las personas, con nuestras ideologías, los que planteamos una discusión en blanco y negro en lugar de buscar una planificación armónica de soluciones combinando las más seguras y conocidas, con las de largo plazo e innovadoras; comenzando con las más sencillas, pero también con las más lentas. Es urgente abordar la crisis del agua con altura de miras, con ciencia y con datos, y sacándonos las anteojeras ideológicas.
Fuente: https://ellibero.cl/tribuna/la-hidro-ideologia/